No es un libro para situarse ante él como un espectador o un lector más, ávido y consumidor de lecturas, sino para estar dispuesto a entrar con el espíritu y la búsqueda, con la transparencia y sinceridad, como su autor se ha situado ante el libro de los Salmos, en el centro de la Revelación de Dios, en la que Dios mismo nos habla como amigo, y en su historia de salvación la persona orante reconoce esa Presencia que nos envuelve y hace maravillas, ante la que no cabe ocultamiento y suscita el anhelo de Él en alabanza, en acción de gracias, en súplica, en petición sincera de perdón y de ayuda.
Su autor ha entrado en la hondura de la plegaria de los Salmos, se ha sumergido en ella y ha podido expresar, con el lenguaje poético, la suprema belleza, la de Dios, la de su amor, que todo lo contiene, y dirigirse con sincero corazón a Ella.
En su inicio, el autor lo dedica “A todas las personas, creyentes o no, que siguen el camino de Dios”.