En concreto, Israel se adhería al planteamiento de Beguín —formulado en Camp David en 1978— de otorgar autonomía a la población, pero no al territorio. Esto se hallaba en consonancia con la opinión de la derecha israelí —y, de hecho, el núcleo de la doctrina sionista— de que solo un único pueblo, el pueblo judío, tenía el derecho legítimo a la existencia y la soberanía en la totalidad del territorio, que ellos denominaban Eretz Yisrael, la Tierra de Israel, no de Palestina.