Por la ciudad merodeaban, sembrando el terror, grupos armados de la policía política portuguesa, la PIDE; venían al hotel y preguntaban quién se alojaba en él. Actuaban con la mayor impunidad; en Luanda no existía poder alguno y ellos querían vengarse por todo: por la revolución de los claveles, por la pérdida de Angola, por sus carreras rotas.