Indudablemente, mi querido Atzbacher, estamos ya casi en el apogeo de nuestra época de caos y cursilería, dijo, y: al fin y al cabo toda esta Austria no es otra cosa que un Kunsthistorisches Museum, una hipocresía democrática católico-nacionalsocialista, horrible, dijo. Una basura caótica es esta Austria de hoy, este pequeño Estado ridículo, que chorrea sobreestimación y que ahora, cuarenta años después de la llamada Segunda Guerra Mundial, ha alcanzado su punto más bajo absoluto, sólo como algo totalmente amputado; este pequeño Estado ridículo, en el que el pensamiento se ha extinguido y en el que, desde hace ya medio siglo, no reinan más que la baja estupidez políticoestatal y la tontería beatamente estatal,