Todos me reciben como se nunca hubiera salido de allí, pero saben que soy un caminante y no tengo parada obligatoria. Navego sobre fuertes tempestades y días imprevisibles. Vivo como un barco a la deriva. Mi camino es sin destino. Soy un caminante y me gusta quedarme entregado al sabor del viento. No uso brújula.
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Me dijo que los campesinos trabajan de diez a doce horas por día en las plantaciones de arroz y en las haciendas de té que quedan en medio de una depresión alrededor de un peñasco a lo largo de un terreno accidentado; trabajan debajo de un sol tórrido que algunas veces pasa de los cuarenta grados Celsius. Trabajan descalzos con un pantalón doblado hasta la altura de la rodilla para mojarse solamente los pies, pisan descalzos dentro de las plantaciones, colocan las semillas de arroz o té, con los pies sumergidos en el fango.