La responsabilidad del artista

Es la única respuesta posible, a mi parecer, al sarcasmo de un arte contemporáneo que ha olvidado del todo sus deberes pero también sus poderes.

El papel más elevado del arte ha sido siempre llamar a los seres y las cosas, llamarles por su nombre, llamarles precisamente palabra por palabra en el mismo sentido en que se dice «cara a cara». Justeza de la palabra y de la imagen que estriba en recordarnos, en nombrar y volver de nuestra parte todas las cosas, «hasta los mismos animales» según las admirables palabras de Rimbaud.

ejemplar de la deriva a la que sucumbe la lengua?

Si el arte contemporáneo suscita tantas polémicas hoy en día, ¿no es porque el público, por poco informado que esté de su desarrollo, adivina en él la forma

No gobernamos el lenguaje, no hacemos que se pliegue a nuestras leyes a la manera en que el dictador dicta sus palabras, es el lenguaje el que nos lleva y nos obliga, somos nosotros los que nos plegamos a su ley.

Pero tampoco es el ejercicio regulado de la razón científica conforme al encadenamiento de enunciados lógicos y verificables.

El lenguaje del artista no es expresión violenta, idiotismo inmediato de un yo «profundo», como han pretendido demasiado a menudo las doctrinas de la modernidad.

y en el que el lenguaje se sometía al tribunal de la ciencia

No se puede olvidar que tanto Gombrich como Popper, neokantianos los dos, reflejan en su particular desconfianza ante ciertos aspectos del arte contemporáneo las ideas filosóficas del círculo de Viena del que ambos proceden

es ya en galerías ni museos de arte contemporáneo donde se pueden medir las grandes revoluciones formales de nuestro tiempo, sino en esos laboratorios y talleres donde se desarrollan técnicas nuevas de fabricación de imágenes, los que han tomado el relevo de los grandes problemas que el arte de pintar aun sabía plantearse y resolver el siglo pasado, y además con una fiebre creadora que recuerda lo que fue la actividad de las botteghe.