Teoría de las niñas

Bang, bang.
Hay un espacio en la escritura
como si fuera una metáfora.
Es un hueco. Es el comienzo

realidad es un golpe de aire que raja en dos la página.

Dios escucha. Dios es polvo. Dios cae lento a las cinco de la tarde

La infancia es el solo país, como una lluvia primera, de la que nunca, enteramente, nos secamos.

JUAN JOSÉ SAER

Mi padre levanta la cuchara. Pule un lienzo en el jardín de polvo. Bailan las niñas en un amanecer de tinta. Dicen el eco resollando con los primeros rayos del sol entre sus dedos. Quieren tocar la vida simple, el corazón que aún late en el iris de sus ojos. Él las mira como si fueran peces de sal en la línea de un tiempo llano. Les habla del agua, esa sed de orden amoroso que vigila la sangre y la poesía. Susurra entonces algo que no se escucha. Cierra el libro

Las flores sangran. Derraman su polen por el suelo. Las niñas miran los cueros de la tierra, hallan sus venas luminosas. Piensan en pájaros, sus partes blandas. Silban la sal y a señas piden otro sitio para el relámpago

Hay sombras multiformes en el aire de los vidrios, pero hay una llama siempre ausente posándose en la página como un crayón vertiginoso en el resplandor del limo.

La tierra es negra cavada por médanos de sílabas. Ahí aflora lo imposible: el grito en llamas de tantas niñas que en silencio se levantan.
Mi padre dibuja lo que no existe: su infancia

el silencio debilitado como una cáscara

Esperar nunca fue parte de nadie.
La espera es sólo un anhelo, la paciencia
de un grano de humo en eso que se llama realidad.
La realidad es un golpe de aire que raja en dos la página