—Lo que quiera, ¿no? Pues Arthmael queda fuera de los planes de casamiento que podáis tener para vuestra hija.
Obviamente, no se lo esperan. Padre e hija dan un respingo y Hazan me observa con los ojos muy abiertos. Casi siento ganas de asestarme un manotazo en plena cara por estúpida. De verdad, todo eso del amor tiene su parte bonita, no es tan malo como siempre pensé que sería, pero ¿no me puedo quedar solo con la parte agradable y quitar de en medio esa sensación absurda, egoísta y que me hace sentir completamente imbécil que son los celos?
—¿Arthmael de Silfos? —pregunta la princesa. Mira a su padre, tímida—. ¿Queríais casarme con él, padre?
El hombre sonríe de medio lado.
—Entraba dentro de… la lista de posibles candidatos, más aún teniendo en cuenta que ha ayudado a salvarte. Pero parece que el príncipe tiene otros compromisos, así que no podremos entablar negociaciones sobre el tema.
En realidad, no tiene ningún tipo de compromiso. De hecho, puede que si le cuento esto me maldiga por haberlo apartado de una chica encantadora y bonita. No. No lo haría. No creo que una muchachita tan dócil pudiera interesarle, después de todo. Aunque igual querría descubrirle nuevos mundos…
Lynne, céntrate.
—Gracias —carraspeo—. Seguro que encontraréis otro candidato digno de vos, lady Ivy. Dicen que Fausto de Granth es muy apuesto.
¿Ahora voy a ser la casamentera de la princesa de Dione? Porque no tengo nada mejor a lo que dedicarme, claro. La chica se lleva una mano a la mejilla, ruborizada, y yo me siento por momentos un poco más tonta.
El soberano suelta una carcajada y yo me maldigo por mi actitud. ¿No podía no meterme en los asuntos de otros, por una vez en mi vida, y quedarme calladita? Arthmael tenía razón al decirme siempre que era una impertinente, solo que hasta este momento no me había importado.