Libros
Kim Thúy

Ru

  • Agustinacompartió una citahace 2 años
    En lo que a mí respecta, así es hasta la posibilidad de este libro, hasta ese instante en que mis palabras resbalan por la curva de vuestros labios, hasta esas páginas blancas que soportan mi trazo o, más bien, el trazo de quienes caminaron delante de mí, por mí. He avanzado en la huella dejada por sus pasos como en un ensueño donde el perfume de una peonía abierta no es ya un olor, sino un florecimiento; donde el rojo profundo de una hoja de arce en otoño no es ya un color, sino una gracia; donde un país no es ya un lugar, sino un arrullo
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    Cuando conseguimos flotar en el aire, arrancarnos de nuestras raíces –no sólo cruzando un océano y dos continentes, sino también alejándonos de nuestro estado de refugiados apátridas, de ese vacío de identidad–, podemos también burlarnos de la improbable suerte de mi pulsera rosa de plástico para prótesis dentales en la que mis padres habían escondido todos sus diamantes como botiquín de supervivencia
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    Me gusta el cuero rojo del sofá de un salón de fumadores en el que me atrevo a desnudarme cuando estoy con amigos y, a veces, con desconocidos, sin que lo sepan. Les cuento retazos de mi pasado como si fueran anécdotas, números de humorista o cuentos grotescos de países lejanos con decorados exóticos, sonidos insólitos, personajes paródicos
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    La tía Ocho es mi hermana mayor, la que compartió conmigo el estremecimiento de la palabra «diosa» que un hombre le había susurrado al oído mientras iba sentada, a escondidas de mi madre, en la barra horizontal de su bicicleta, en el hueco de sus brazos. La que me enseñó a captar, a saborear el placer de un deseo pasajero, de un efímero halago, de un instante robado.
    Cuando mi prima Sao Mai se sentó detrás de mí y me rodeó con sus brazos frente a las cámaras fotográficas de sus dos hijos, el tío Nueve me sonrió. El tío Nueve me conoce mejor que yo misma porque me compró mi primera novela, mi primera entrada de teatro, mi primera entrada de museo, mi primer viaje
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    Mis primos sólo tenían diez años. Pero tenían ya un pasado que contar porque nacieron en un Saigón apagado y crecieron en el período más negro de Vietnam
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    Lloré de alegría al coger a mis dos hijos de la mano, pero lloré también el dolor de aquella madre vietnamita que asistió a la ejecución de su hijo. Aquel joven, una hora antes de su muerte, corría con el cabello al viento, atravesaba los arrozales para llevar mensajes de un hombre a otro, de una mano a otra, de un escondrijo a otro para preparar la revolución, para echar una mano a la resistencia, pero también, a veces, para que viajara una simple palabra de amor
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    Cuando, en Montreal o en otra parte, me cruzo con alguna muchacha que hiere voluntaria, intencionadamente su cuerpo, que desea tener cicatrices dibujadas para siempre en su piel, no puedo evitar desear en secreto que conozca a esas otras muchachas que tienen, también ellas, cicatrices permanentes, pero tan profundas que son invisibles a simple vista. Me gustaría ponerlas frente a frente para oírlas comparar una cicatriz deseada con una cicatriz infligida; pagada la una, de pago la otra; visible la una, impenetrable la otra; una a flor de piel, la otra insondable; una dibujada, la otra informe
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    Durante mis primeros meses en Vietnam, me sentía muy halagada cuando algunos me tomaban por la escolta de mi jefe, a pesar de mi traje sastre y mis tacones despiadados, puesto que aquello significaba que yo era todavía joven, delgada y frágil. Pero tras haber asistido a esa escena en la que las muchachas tenían que inclinarse para recoger los billetes de cien dólares hechos una bola y diseminados a sus pies, dejé de sentirme halagada por respeto a ellas, pues tras esos cuerpos de ensueño y aquella juventud, cargaban a su vez con el peso invisible de la historia de Vietnam, al igual que las mujeres de la espalda encorvada
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    Ellas estaban allí para devolverles su juventud. Cuando miraban a aquellas chicas, se veían a sí mismos, llenos de sueños y de posibilidades. Ellas les ofrecían la ilusión de no haber fracasado en su vida o, al menos, la fuerza y el deseo de volver a empezarla.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael mes pasado
    De ordinario he preguntado a los extranjeros que compraban amor en Asia por qué, a la mañana siguiente de noches muy movidas, insistían en compartir sus comidas con sus amantes vietnamitas o tailandesas. Ellas habrían preferido recibir el coste de aquellos platos en dinero contante y sonante, para comprarle a su madre un par de zapatos, cambiar el colchón de su padre o enviar a su hermano menor a un curso de inglés. ¿Por qué desear su presencia fuera del lecho cuando su vocabulario se limitaba a las conversaciones mantenidas detrás de una puerta cerrada?
fb2epub
Arrastra y suelta tus archivos (no más de 5 por vez)