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Robert Merle

La muerte es mi oficio

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  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    –¡Ese es el verdadero inconveniente de los campos: la fealdad! Pensé en ello esta mañana, Lang, cuando me mostró la acción especial. Todos esos judíos…
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    –¿Qué le parece Auschwitz, gnädige Frau?

    Elsie abrió la boca. Y él continuó sin esperar respuesta:

    –Ja, ja, naturalmente, uno debe soportar ese olor desagradable…
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    Me he matado porque ya no aguanto más este abominable olor a carne quemada.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    A decir verdad, no me gustaban mucho las fosas. El procedimiento me parecía grosero, primitivo, indigno de una gran nación industrial. Era consciente de que, al optar por los hornos, elegía una opción más moderna. Los hornos tenían además la ventaja de garantizar un mayor secretismo porque la cremación no se efectuaba al aire libre, como en los fosas, sino lejos de la mirada de las personas. Además, me pareció deseable, desde el inicio, agrupar en un mismo edificio todos los servicios necesarios para la acción especial. Esa concepción me importaba mucho y, gracias a la respuesta del Reichsführer, pude comprobar que a él también le había seducido. Ofrecía cierta paz mental el hecho de saber que, desde que se cerraban las puertas del vestíbulo detrás de un convoy de dos mil judíos, y hasta el momento en que serían reducidos a ceniza, toda la operación se desarrollaría sin problemas en un mismo lugar.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    Sonrió.

    –Dos pájaros de un tiro, por así decirlo: la gasolina sirve tanto para el transporte como para gasearlos. De ahí…

    Hizo un pequeño gesto con la mano:

    –… el ahorro.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    Así, poco a poco, la idea tomaba cuerpo en mi mente con una precisión embriagadora: una gigantesca instalación industrial directamente comunicada con el tren y cuyas superes­tructuras, elevándose sobre inmensas salas subterráneas, comprenderían cantinas para el personal, cocinas, dormitorios, Beutekammer
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    y salas de disección y de estudio para los investigadores nacionalsocialistas.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    El resultado del experimento superó todas mis expectativas: había bastado un bote de un kilo de Zyklon B para liquidar en diez minutos a doscientos inaptos. El ahorro de tiempo era considerable, porque en el sistema de Treblinka se necesitaba una media hora, puede que más, para lograr el mismo resultado. Además, no estábamos limitados por el número de camiones, los fallos mecánicos o la falta de gasolina. El procedimiento era económico, porque el kilo de Giftgas –algo que verifiqué de inmediato– solo costaba tres marcos cincuenta.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    Era Zyklon B. Se trataba del material sobrante que la firma Weerle y Frischler había traído un año antes desde Hamburgo para eliminar los parásitos en los cuarteles de los artilleros polacos. Los botes pesaban un kilo, estaban herméticamente cerrados y, al abrirlos, recordé que contenían cristales verdes que, al contacto con el oxígeno del aire, desprendían de inmediato un gas. También recordé que Weerle y Frischler nos había enviado a dos técnicos, y que estos se habían puesto máscaras antigás y tomado todas las precauciones necesarias antes de abrir los botes, y concluí que ese gas era tan peligroso para los humanos como para los parásitos.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    –¿Por qué no fusilarlos?

    –Es costoso –dijo Schmolde– y exige tiempo y muchos hombres.

    Y añadió:

    –Sin embargo, lo hacemos, cuando nuestros camiones se estropean.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 2 meses
    Un gran camión estacionó con la parte trasera muy cerca del barracón. Un tubo conectado a su tubo de escape se elevaba verticalmente, luego se doblaba y penetraba en el barracón a la altura del techo. El motor estaba en marcha.

    –El humo del tubo de escape –dijo Schmolde–, penetra en la habitación por el orificio situado junto a la lámpara central.

    Escuchó un momento el motor, frunció el ceño y se dirigió a la cabina del conductor. Lo seguí.

    Un SS estaba al volante, con un cigarrillo en los labios. Cuando vio a Schmolde, se quitó el cigarrillo y se inclinó hacia la puerta.

    –¡No pise tanto el acelerador! –dijo Schmolde.

    El motor disminuyó. Schmolde se giró hacia mí.

    –Pisan a fondo para terminar antes. El resultado es que asfixian a los prisioneros en lugar de dormirlos.

    Un olor desagradable flotaba en el aire. Miré a mi alrededor. Solo vi a una veintena de prisioneros en uniforme de rayas, en doble fila, a algunos metros del camión. Eran jóvenes, bien afeitados y parecían vigorosos.

    –El Sonderkommando
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