No hay duda de que Álvaro Uribe Vélez ha sido uno de los
presidentes más controvertidos de los últimos cien años de historia de la República. No solo porque hizo transformar
el “articulito” de la Constitución Política de Colombia para
hacerse reelegir, sino también por los constantes y reiterativos
señalamientos que lo relacionan con el paramilitarismo y las
múltiples masacres de campesinos sindicados de tener nexos
con la guerrilla o ser colaboradores de esta.
Su paso por la Gobernación de Antioquia fue controversial,
como lo fue su llegada a la alcaldía de Medellín. Quizá muy pocos colombianos recuerdan hoy que en 1983, Álvaro Villegas,
gobernador del departamento, lo nombró alcalde de la
capital antioqueña y tres meses después el Presidente Belisario
Betancur Cuartas le instó a que lo despojara del cargo por sus
supuestos nexos con el clan de los Ochoa1, que para ese entonces
ya estaba en la mira de la DEA y de otras agencias de
seguridad de los Estados Unidos. Ni hablar, por supuesto, de esa estrecha pero siempre negada relación con Pablo Emilio
Escobar, a quien, según Virginia Vallejo2, le abrió los cielos del país cuando dirigió la Aeronáutica Civil entre 1980 y 1982
y le expidió las licencias necesarias para que las avionetas del capo despegaran sin contratiempo de las pistas construidas en las fincas de este.
