Había sido Manuel quien le sugirió a Minaya que visitara «La Isla de Cuba», ofreciéndole a Inés como guía en su descenso, pero ahora, cuando miró otra vez la ciudad y el valle desde la explanada del cortijo, cuando estrechó la mano grande de
Frasco, el casero, testigo de los últimos días y de la muerte de Solana, sintió que no le habían llevado allí ni la sugerencia de Manuel ni su propio deseo de conocimiento, sino el orden clandestino de los manuscritos hallados por él en el dormitorio nupcial,
cuya última página estaba fechada el 30 de marzo de 1947, un día antes de que Jacinto Solana bajara a «La Isla de Cuba» en el trance de su penúltima huida, sabiendo acaso que nunca más iba a volver a Mágina