En agosto del 54 a. J.C., su querida esposa Julia se puso a dar a luz. De nuevo perdió el bebé, pero esta vez no logró sobrevivir al parto. Tanto su marido como su padre quedaron destrozados. Para César, no obstante, al dolor se sumaba la preocupación. El amor que él y Pompeyo compartían por Julia había forjado entre ellos un vínculo tan fuerte que les había permitido superar numerosas crisis políticas. Ahora ese vínculo había desaparecido