Como saben bien los lectores de El barrio del incienso, Chotaro Kawasaki dedicó buena parte de su obra a describir su experiencia como escritor miserable en los «barrios de placer» japoneses. Fue en uno de esos relatos donde introdujo a un personaje basado en el legendario director Yasujirō Ozu. Ambos, Kawasaki y Ozu, frecuentaron y amaron a una misma geisha durante más de una década, devoción que se extendió hasta el final de sus días en el caso del segundo. El propio Ozu dedicó en sus diarios varios haikus a Kimie, en lo que sus biógrafos consideran la única relación sentimental conocida del director. Pero hoy son los relatos de Kawasaki los que han adquirido estatura mítica, como testimonio directo de aquel triángulo amoroso y convertidos además en un documento fundamental para abordar la compleja personalidad del cineasta, hombre de éxito y también, por esa causa, antagonista perfecto de Kawasaki. La capacidad de este para perseguir hasta el más mínimo detalle de los momentos vividos con Kimie, la tenacidad que lo empuja a regresar una y otra vez a los mismos episodios, con ligeras variaciones, son tanto la expresión destilada de un sentimiento puro como pruebas de la naturaleza obsesiva de su autor, circunstancias que a menudo convierten su literatura en algo parecido a un estribillo gozoso, atravesado por las agujas de la realidad, el humor y la fatalidad.