Tú escuchaste una risa en el santuario; sin embargo, no hubo otra risa que la del mal en tu propio corazón, mofándose y triunfante. A esa risa tal vez vuelvas a escucharla con frecuencia, pero mientras puedas escucharla y arrepentirte, no te aflijas. Cuando los oídos del alma ensordecen es que entonces está cercano el desastre total; mientras se mantienen abiertos, la esperanza subsiste. Aquellos que todavía luchan no pueden nunca caer por completo.