Bob Woodward,Carl Bernstein,amp

Todos los hombres del presidente

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  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    El 30 de enero, el Presidente pronunció su mensaje anual sobre el Estado de la Unión, ante los miembros reunidos de las dos Cámaras, el Congreso y el Senado, los jueces del Tribunal Supremo, los miembros del Gobierno, demás invitados y toda la amplia audiencia de la red nacional de Televisión.

    —Ya hay suficiente con un año de Watergate —declaró, al término del discurso. E imploró al país y al Congreso que pasaran a ocuparse de otros asuntos más urgentes.

    A los que deben decidir si será juzgado por «altos delitos y conducta inadecuada»: la Cámara de Representantes…

    Y para aquellos que deben sentarse para juzgar, en caso de que las Cámaras concedan el impeachment: el Senado…

    Y al hombre que deberá presidir, en razón de su cargo, el juicio de impeachment: el magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, juez Warren Burger…

    Y a la nación…

    El presidente dijo:

    Quiero que sepan ustedes que no tengo la menor intención de dejar en ningún momento el cargo para el cual el pueblo norteamericano me eligió a fin de que lo desempeñara en bien del pueblo de los Estados Unidos.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    El 1 de marzo de 1974, el gran jurado de Washington, que había procesado a los conspiradores y asaltantes del inicial caso Watergate, por el allanamiento del Cuartel General de los Demócratas, en 1972, comunicó el mayor proceso al caso del encubrimiento del Watergate. Siete ayudantes del Presidente en la Casa Blanca y en la campaña electoral, fueron acusados de conspiración para obstruir la acción de la justicia. Los procesados fueron: Haldeman, Ehrlichman, Colson, Mitchell, Strachan, Mardian y el abogado Kenneth Parkinson[77].

    Una semana más tarde, el Gran Jurado de Washington dictó auto de procesamiento por conspiración para allanamiento de morada y la escucha electrónica clandestina del despacho del psiquiatra de Daniel Ellsberg. Los acusados fueron: Ehrlichman, Colson, Liddy y tres cubano-norteamericanos, entre ellos Bernard Barker y Eugenio Martínez, ya condenados en el caso Watergate original.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    Bien. Haldeman se os escapó, comenzó a hablar «Garganta Profunda». Apoyó el tacón de su zapato contra el muro del garaje sin molestarse en disimular su desencanto. El relato completo ya no podría llegar a conocerse jamás. El error con Haldeman había sellado el caso.

    «Garganta Profunda» se aproximó a Woodward. Dijo:

    —Deja que te cuente algo: cuando se persigue a alguien como Haldeman hay que estar seguro de que se pisa el más firme de los terrenos. ¡Mierda, que follón tan fenomenal!
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    Bernstein y Woodward estaban exhaustos. Trataron de analizar los pasos por los que habían llegado a ese monumental lío.

    Se habían precipitado. Persuadidos por sus fuentes y por sus propias deducciones de que Haldeman se encontraba detrás del caso Watergate, habían buscado el lazo que lo unía a él encontrándose con los fondos secretos. La decisión tenía cierta justificación. Los fondos de la campaña de Nixon constituían la clave con la que se abrieron las actividades secretas. Pero habían tomado un atajo cuando se convencieron de que Haldeman controlaba los fondos. Escucharon cuanto quisieron. La noche en que Sloan les confirmó que Haldeman era uno de los cinco, ni siquiera se habían molestado en preguntarle si Haldeman había utilizado esa autoridad, si realmente había autorizado algún pago. No habían indagado concretamente cerca de Sloan qué era lo que el Gran Jurado le había preguntado y menos todavía cuál fue su respuesta. Cuando Sloan pronunció las palabras mágicas que esperaban, lo habían dejado sin volver a llamarle. No le habían pedido que repitiera sus palabras para asegurarse de que se habían comprendido perfectamente. En su conversación con el agente del FBI, ellos habían sido los culpables de su equivocación, los únicos culpables del malentendido. Las preguntas de Bernstein habían sido incisivas y tendenciosas. Tenían que haber intentado que fuera el propio agente quien mencionara el nombre por sí mismo, por propia voluntad. Si el policía lo hubiera hecho así, el camino seguido para obtener la confirmación hubiera podido ser aceptable. La confusión del nombre de pila de Haldeman con el de Ehrlichman debió haberles servido de advertencia de que el agente tal vez estaba diciendo más de lo que realmente sabía. La astucia de Bernstein al acusar al FBI de negligencia o ineptitud para provocar al funcionario, había sido una mala idea. Bernstein no había tenido suficiente trato con él para saber hasta qué punto era merecedor de confianza o cuáles eran sus reacciones.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    Haldeman era temido por todos los miembros de la administración. Cuando se mencionaba su nombre los funcionarios del Gabinete se quedaban silenciosos y atemorizados. Los pocos que podían hablar de él con conocimiento de causa decían que perderían su empleo si él se enteraba de que lo hacían. Lo definían como: «firme, pragmático… desconsiderado… devoto sólo de Richard Nixon… incapaz de detenerse ante nada…».

    Las descripciones coincidían frecuentemente y varios citaron la celebrada autodescripción de Haldeman: «Soy como el “hijo de perra” del Presidente», es decir el hombre destinado a cargar con lo peor. Pero lo cierto es que Haldeman era bastante más complicado de lo que todas esas descripciones podían dar a entender.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    MacGregor entró en la sala por la parte posterior y se dirigió a un estrado situado en el centro. Un hombre alto, de más de un metro noventa, y cien kilos de peso. Se agarró con ambas manos al atril y dedicó a los asistentes una amplia sonrisa de cordialidad. Debido a «los poco usuales acontecimientos desarrollados en los pasados días», dijo McGregor, no estaba en condiciones de responder a ninguna pregunta.

    Clark Mollenhoff, un metro noventa y cinco centímetros de estatura y ciento cinco kilos de peso, jefe de la redacción en Washington del Des Moines Register y el Tribune Syndicate[34] se alzó con el rostro contraído por la rabia. Mollenhoff un reportero investigador, ganador del Premio Pulitzer, había trabajado brevemente en la Casa Blanca como representante de sus compañeros y encargado de mantener las relaciones con la Prensa en términos de honestidad. McGregor y Mollenhoff quedaron mirándose cara a cara, como dos gigantes dispuestos a lanzarse uno contra el otro.

    —¿De qué pruebas dispone usted? —le gritó Mollenhoff. Su voz atronó la sala y los demás reporteros guardaron silencio—. ¿Qué documentos ha visto usted? —preguntó Mollenhoff—. Porque si usted no puede decírnoslo no tiene derecho a estar aquí.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    Bradlee estaba dispuesto para la lucha. Tenía la sensación de que «los mentís no contienen nada». Semanas antes había dicho a Bernstein y a Woodward que no pensaba ponerse a la defensiva y les pidió que extremaran sus precauciones.

    Ahora, en su despacho, les mostró su declaración y les ofreció un nuevo consejo:

    —Ya me di cuenta antes —les dijo—. Éste es el juego más peligroso que jamás se registró en esta ciudad. Todos nosotros tenemos que ir con mucho cuidado, tanto en el periódico como fuera de él. Yo no quiero saber nada de vuestras vidas personales; eso es asunto vuestro.

    Pero si los periodistas estaban haciendo algo que no querían que se supiera «debían cortarlo de inmediato» —les aconsejó Bradlee—. «Vigilad con quién habláis, con quién tratáis; id con cuidado en vuestras llamadas telefónicas; comenzad a preocuparos por los impuestos y a buscaros un abogado para que se ocupe en el futuro de todas vuestras cuestiones relacionadas con los impuestos; aseguraos de que nadie lleva drogas a vuestra casa; tened cuidado con lo que decís a los demás sobre el Presidente y el gobierno».

    Bradlee no les estaba diciendo nada que los dos periodistas no hubiesen discutido ya entre ellos, y habían tomado ya todas esas precauciones.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    Nuestra campaña se vio constantemente afectada por fallos, molestias y disturbios que no parecían naturales —dijo Muskie—, pero no logramos nunca averiguar quién era el culpable… Había alguien que nos tendía emboscada tras emboscada. Presumimos que se trataba de la gente de Nixon, debido a que ésa es la naturaleza de la administración, carecen de sensibilidad, de respeto para la vida privada y de decencia política. Pero no teníamos pruebas de que fuesen ellos.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    Su tono, malhumorado e insistente, reflejaba una amargura real.
  • Santiago Romerocompartió una citahace 5 años
    Conocía su propia debilidad y estaba dispuesto a admitir sus defectos. Aunque parezca incongruente, era un chismoso incurable, aunque precavido para no lanzar rumores así porque sí, pero fascinado por ellos… Conocía mucha literatura y demasiado a fondo y dejaba que la influencia del pasado lo apartara de sus instintos. Podía ser violento, bebía mucho, más de lo que soportaba. No era bueno en el arte de disimular sus sentimientos y esto, desde luego, no le hacía el hombre ideal para la posición que ocupaba. Watergate le subyugaba; había hecho de él su juguete. Incluso en las sombras del garaje Woodward pudo darse cuenta de que estaba un tanto cargado y que sus ojos parecían inyectados en sangre.
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