Respiraba penosamente, pues el aire caliente era sofocante, ardiente, febril. ¿O sería más bien él quien tenía fiebre y estaba enfermo, después de haber dejado que allí, bajo tierra, lo atrapara la muerte? ¡La muerte! La llevaba siempre adentro. Toda su vida la había tenido adentro. Lo perseguía en su propia alma, en sus retiros interiores y sus galerías de topo, llenándolo de espanto. Por viejo que fuera ahora, por poco apego que le tuviese a la vida, ese miedo seguía persiguiéndolo. Sin embargo, hubiera querido… no deseaba sino…
No, no, ¡morir no! ¡Morir no!…