Michael le golpeó la cabeza en el árbol.
—¡Piénsalo mejor! —gruñó.
—¡Lo siento! —chilló el hombre.
Como una niña, pensó Francesca, objetivamente. Ya sabía que no sería un buen marido, pero eso se lo confirmó.
Pero Michael no había acabado con él.
—Si alguna vez te acercas a diez metros de lady Kilmartin, te arrancaré personalmente las entrañas.