Porque en América preferimos las dolorosas intermitencias de esos arcángeles poéticos que imperan un día en los cielos, aunque se derrumben luego en los infiernos, a la monotonía irremediable de los poetas que cierran los ojos ante la juventud de nuestro mundo natural y social (borrascoso pero intenso, desordenado pero rebosante y cargado de orgullosas promesas) y arrastran perpetuamente, arrebatados por un entusiasmo artificial, una Musa senil desde la infancia y desde los primeros pasos cansada.