Jem ocultó la cara en la colcha para ahogar un sollozo. Cuando apagara la luz la noche oscura lo miraría por la ventana, y Gyp ya no estaría. La fría mañana invernal vendría, y Gyp ya no estaría. Un día seguiría al otro durante años y años, y Gyp ya no estaría. No podía soportarlo.
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
Gyp murió a la mañana siguiente. Era la primera vez que la muerte entraba en el mundo de Jem. Ninguno de nosotros olvida jamás la experiencia de ver morir a un ser que queremos, aunque sea «sólo un perrito»
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
Susan no conocía el poema de Kipling sobre la tontería de darle el corazón a un perro para que lo destroce, pero, de haberlo conocido y a pesar de su desprecio por la poesía, habría pensado que por una vez un poeta había hablado, con sensatez
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
El de casamentera es un oficio que requiere sutileza y discreción y hay cosas que una mujer no le cuenta ni al propio marido.
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
se es joven sólo una vez y supongo que tienes suficiente aceite de ricino en casa
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
Nunca le había contado nada a Gilbert. Había tantas pequeñas cosas…
«Tan pequeñas que no puedo quejarme de ellas —pensó Ana—. Y sin embargo… son las pequeñas cosas las que agujerean la trama de la vida, como las polillas, y la destrozan».
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
La mano de Ana halló la de Diana. Permanecieron sentadas un largo rato en un silencio demasiado dulce para ser interrumpido con palabras.
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
Nuestra amistad siempre ha sido algo hermoso, Diana.
—Sí, y las dos siempre… quiero decir, nunca he podido decir las cosas como tú, Ana, pero sí hemos mantenido nuestros «solemnes juramento y promesa», ¿no?
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
Me regodeé en la nostalgia durante un tiempo. Hasta que descubrí que empezaban a brotar semillitas de cariño por Ingleside
Verónica Díazcompartió una citahace 2 años
Ana se detuvo junto a la Burbuja de la Ninfa en el camino de regreso. Le gustaba tanto aquel viejo arroyito… Cada eco de su risa de niña, que el arroyo alguna vez había atrapado, lo había guardado y ahora parecía devolverlo a sus oídos atentos. Sus viejos sueños… podía verlos reflejados en la diáfana Burbuja… viejos juramentos… viejos susurros… El arroyo lo guardaba todo y murmuraba, pero no había nadie escuchando, salvo los sabios y viejos abetos