Cumplirle a Dios la palabra forma parte del centenar largo de comedias bíblicas de nuestro Siglo de Oro, la mayoría de las cuales apenas ha merecido atención por parte de los estudiosos y críticos, a pesar de constituir un corpus dramático lo suficientemente amplio y representativo, en el que tomaron parte los grandes ingenios del momento. Está inspirada en la historia del juez hebreo Jefté (Jueces, cap. 11), cuyo relato ofrece los suficientes ingredientes dramáticos para construir una pieza atractiva al público de la época: destierro de Jefté por parte de sus hermanos de padre, andanzas entre un grupo de maleantes, elección para comandar el ejército de Israel contra los amonitas y victoria sobre éstos, aunque a costa del sacrificio de su hija, debido a una promesa hecha a Dios. A Juan Bautista Diamante, que gozó de gran popularidad durante la segunda mitad del siglo XVII, le bastó seguir fielmente la fuente bíblica, si bien con los aditamentos lógicos para acomodarse a los patrones del teatro áureo. De esta forma lograría el beneplácito del público presentándoles una historia atractiva y, además, edificante: la del juez Jefté, que supera con dignidad las adversidades y acepta con resignación su trágico destino. Muy diferente -por citar otro ejemplo clásico similar— fue el comportamiento de Agamenón con su hija Ifigenia, forzando la situación hasta poner en riesgo la misión de la armada griega contra Troya, asunto inmortalizado por célebres autores y artistas plásticos.