Empezó a palpar la pared del edificio en busca de la puerta, y, en este punto de la historia de los huérfanos Baudelaire, me gustaría detenerme un momento y contestar a una pregunta que estoy seguro os estáis formulando. Es una pregunta importante que muchas, muchas personas se han formulado muchas, muchas veces en muchos, muchos lugares del mundo. Los huérfanos Baudelaire se la habían formulado, claro está. El señor Poe se la había formulado. Yo me la he formulado. Mi amada Beatrice se la formuló antes de su prematura muerte, aunque lo hizo demasiado tarde. La pregunta es: ¿dónde está el Conde Olaf? Si habéis seguido la historia de estos huérfanos desde un buen principio, sabréis que el Conde Olaf está siempre acechando a estos pobres niños, conspirando y maquinando para hacerse con la fortuna Baudelaire. A los pocos días de la llegada de los huérfanos a un nuevo lugar, el Conde Olaf y sus nefandos ayudantes —«nefandos» significa aquí «que odian a los Baudelaire»— suelen aparecer en escena, moviéndose furtivamente y cometiendo actos ruines. Y hasta el momento no se le ha visto por ningún sitio. Así pues, mientras los tres jóvenes se dirigen a regañadientes a la consulta de la doctora Orwell, sé que os estaréis preguntando dónde diablos puede estar el despreciable villano. La respuesta es: muy cerca.