A Meredith West le gustaban las cafeterías, cenar con sus amigos, los zapatos bonitos y Londres. Y no le gustaban las arañas, el campo australiano y Hal Granger.
A Hal Granger le disgustaban las chicas de ciudad frías, imperturbables y tentadoras. Pero había una chica en particular que le gustaba mucho.
Con esas condiciones, a Meredith debería haberle sido fácil mantener su relación en el terreno puramente profesional; el problema era que no podía dejar de pensar en Hal, especialmente en qué sentiría al besarlo… Lo que no sospechaba era que estaba a punto de hacerlo.