El desprestigio público de la política supone nada más y nada menos que el desprestigio público de la única vía que la democracia tiene para regular lo público. Es el deterioro de su propio ser. La corrupción, el sectarismo, las mezquindades internas, el cuanto peor mejor desembocan en sociedades que no pueden confiar en sus instituciones, entendidas también como cortijos por unos poderes económicos que imponen su ley como justicia. El desprecio a la convivencia se apodera del interior de las instituciones democráticas y deja a la política sin su razón de ser.