“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, pensó Wittgenstein
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En la iglesia, contemplaba siempre al Espíritu Santo, y se dio cuenta de que guardaba cierta semejanza con el loro
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Cada mañana, ella lo divisaba al despertarse, iluminado por la claridad del alba, y rememoraba entonces los días desaparecidos y actos insignificantes hasta en sus detalles más nimios, sin dolor, plena de tranquilidad
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Se consolaba de su herida mirando al pájaro
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Un único sonido alcanzaba ya sus oídos, el de la voz del loro
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La bondad de su corazón se desarrolló
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para semejantes almas, lo sobrenatural es bien sencillo y de recibo
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Recuperó fuerzas y reapareció su vigor
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ellos no hicieron tampoco a su vez ningún intento de reanudar el contacto, por olvido o endurecimiento de míseros
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Ese extendido silencio aumentaba la tranquilidad de las cosas.