También me preguntaba cuánto pueblo quedaría en mí después de tantos años en la ciudad, donde ya había hecho el bachillerato y la carrera. Conservaba hábitos del pueblo, por ejemplo la forma de observar las plantas de los parques y jardines para clasificarlas en dos categorías: por un lado, las que se habían mantenido fieles a sí mismas, como los chopos, los abedules, el flox y las dalias; por otro, las que se prestaban a colaborar con el Estado, como la tuya, el boj, los claveles rojos y los gladiolos.