—¿Otra bofetada? —se atrevió a murmurar.
—Por creer que necesitamos tu ayuda para llamar a quien nos plazca —dijo la luz.
Indicavía comprendió entonces que ante la luz no se dirimían cuestiones de culpabilidad o de méritos. Frente a lo completamente diferente no existían estas minucias. Se volvió a poner en pie, dio unos pasos y preguntó:
—¿Quién eres? —alzó automáticamente el brazo, en espera de una tercera bofetada, pero ésta no se materializó.
—Yo —dijo la luz— soy tú. ¡Y ahora entra!
Indicavía se inclinó profundamente y cruzó el umbral.