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Nada más verla, el empresario Steven Devonshire supo que tenía que ser suya. Ainsley Patterson era la mujer con la que siempre había soñado. El trabajo los había unido y ambos sentían la misma necesidad de tener éxito. Pero no le iba a ser fácil ganarse a Ainsley; tras su maravilloso aspecto escondía una espina clavada desde hacía cinco años, cuando Steven la había entrevistado y él la había rechazado. Así que, si la deseaba, iba a tener que darle algo que no le había dado a ninguna mujer: su corazón.