Me meto en la cocina para probar a abrir el grifo, como si yo tuviera el toque mágico. Nada. Ni siquiera un minúsculo goteo. Nuestro grifo ha muerto y no volverá a la vida por mucho que le hagamos el boca a boca. Tomo nota de la hora, igual que hacen en la sala de urgencias: 13:32, 4 de junio.
«Todo el mundo va a recordar dónde estaba cuando se secaron los grifos —pienso—. Como cuando asesinan a un presidente».