Ahora, en cambio, aun siendo pocas, las estrellas parecían las pupilas del gigante, el vacío se llenaba, el universo tenía vista… y, sin embargo, el hecho de que las estrellas fueran tan ínfimas, meras luces plateadas y brillantes, parecía insinuar cierta reticencia por parte del escultor del cosmos… como si, al tiempo que deseaba proporcionarle pupilas, hubiera temido dotarlo de vista. Como resultado de aquella mezcla a partes iguales de temor y deseo, el contraste entre la insignificancia de las estrellas y la inmensidad del espacio constituía todo un aviso de cautela.