«Alma mía, ¿por qué no marchas? Pues los tormentos que sufrirás en este mundo, ya tan odioso para ti, me hacen meditar con gran temor».
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y tú, que eres hija de la tristeza, ve desolada a estar con ellas.
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todos parecen decirme: «Te abandono
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pero le asaltan la tristeza y el deseo de suspirar y de morir de llanto, despojando de todo consuelo al alma a quien ve en el pensamiento cómo era ella, y cómo nos fue arrebatada.
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Los afligidos ojos por piedad del corazón tanto han padecido la pena de llorar, que han quedado al fin vencidos. Ahora, si quiero desahogar el dolor, que poco a poco me lleva hacia la muerte, tendré que hablar suspirando.
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Tanto tiempo me ha poseído Amor y me ha acostumbrado tanto a su señorío, que si antes era duro para mí, habita ahora dulcemente en mi corazón.
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Ven, que el corazón te llama.
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El cielo, que no tiene otro defecto que el de no tenerla, la reclama a su Señor, y todos los santos suplican esa merced.
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Pues Amor me asalta tan repentinamente, que la vida casi me abandona: sólo un espíritu me queda vivo, y éste sobrevive todavía porque habla de vos.
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Muchas veces me vienen a la mente las oscuras cualidades que Amor me da, y me apiado de mí mismo, de tal modo que a menudo digo: «¡Ay de mí! ¿Les ocurre esto a los demás?».