Mientras más estudiaba las narraciones de otras personas, escritas y orales, más me convencía de que intentamos plasmar la historia no para conservar conocimientos, sino para fijar el pasado de una determinada manera. Como si de una flor seca y aplastada se tratara, procuramos inmovilizarlo y decimos «así es exactamente como era el día en que yo lo vi». Pero al igual que sucede con la flor, no se puede atrapar el pasado de esa manera. Así pierde su fragancia y su vigor, su delicadeza se torna en fragilidad y sus colores se desvanecen. Y cuando vuelves a mirar la flor, sabes que no es en absoluto lo que pretendías capturar, que ese momento ha huido para no volver jamás.