mañana se sacude:
un insistente golpeteo en las ventanas,
los árboles se bambolean,
ladran todos los perros
y todas las alarmas de los coches.
Salí descalzo,
sin las llaves,
sin los lentes pero alcanzo a ver
a los vecinos salir del edificio,
amontonarse, los escucho
llamarse a gritos los unos a los otros.
“En México asaltan y hay temblores,
no te vayas”, decía mi abuela,
“asaltan y hay temblores”, me persignaba
minutos antes de subirme al autobús.
Miramos aterrados las paredes,
como esperando
que no se nos vengan encima los ladrillos.