Como desconocían la explicación científica, pensaron que en algún lugar remoto debajo de la corteza terrestre ardía un fuego eterno del que de vez en cuando se filtraba una parte a la superficie. Esta suposición, unida a las erupciones volcánicas (en las que también parece manar fuego de las entrañas de la Tierra), convencieron a los pueblos primitivos de la existencia de un infierno subterráneo, a donde eran enviadas las almas de los pecadores.