Mientras contemplaba el perfecto mosaico de campos de trigo, avena y cebada, y los bosques que se prolongaban hasta más allá de donde alcanzaba la vista, Alaïs sintió a su alrededor la presencia del pasado, que la abrazaba. Espíritus amigos y fantasmas que le tendían las manos, hablaban susurrando de sus vidas y compartían con ella sus secretos. La conectaban con todos aquellos que alguna vez habían estado de pie en esa colina (y con todos los que vendrían), soñando con lo que podía depararles la vida.