No hay tristeza más inconsolable. La muerte debe ser algo así. Ir perdiendo terreno en uno mismo, ir reduciéndose a un punto hasta acabar por perderle también. Después, el alma desahuciada, puesta en la calle, se olvidará a sí misma con el absoluto abandono a que puede uno entregarse en los viajes. Irá hacia la vida eterna en el sleeping de la esperanza.