Venecia está presente en la obra de Melville, Lord Byron, Ruskin, Henry James, Marcel Proust, Hofmannsthal, Ezra Pound, Rilke, Mann, Satre, es decir, en buena parte de los autores fundamentales para entender la literatura moderna y el mundo en el que estamos. Venecia es un mundo de deseo, así lo entendieron estos autores, también de los más extremos contrastes, la ciudad de las “piedras” de Ruskin, el mosaico de Proust, el amor y la muerte de Mann. La historia y la materialidad de Venecia, su arquitectura, sus pinturas y sus pintores, sus dirigentes, el mar y el mármol, los jardines y las plazas, se articulan en las obras de todos ellos de tal manera que pensamos en una Venecia capaz de “crear”, por así decirlo, una literatura original y personal. ¿Hubieran escrito todos ellos de la misma manera a como lo han hecho de no existir Venecia?
Tony Tanner ha estudiado con minuciosidad y la brillantez más extrema las relaciones que mantuvieron con Venecia, las que mantuvieron entre sí, el diálogo, explícito en ocasiones, oculto otras veces, que está en el fondo de sus obras. El libro, de una riqueza difícilmente superable, es ya un clásico no sólo de la crítica, también del pensamiento contemporáneo.
Venecia es a la vez el refugio-cielo del arte (el desván de Tiziano) y lugar de lo suprimido, de lo agitado, de la vida sensual oprimida, borrada, que subvierte y se aleja al mismo tiempo del enclave artístico. Como lugar y figura, Venecia parece ser notoria e increíblemente doble, volviéndose constantemente en su contrario y deseando o precipitando humores exactamente opuestos: satisfacción y pérdida; iluminación y desolación; un sentido de gloria, plenitud y apoteosis que da lugar a sentimientos de abandono, ausencia y disminución; el abandono espiritual en lo sensual y el esplendor convertido en miseria. Así fue para Byron y Ruskin, también para Henry James, así será para Proust. Y, de forma un tanto complicada, también lo será para Hofmannsthal.