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Libros
Dubravka Ugrešić

Baba Yagá puso un huevo

Baba Yagá es una criatura oscura y solitaria, una bruja que rapta niños y vive en el bosque, en una casa que se sustenta sobre patas de gallina. Pero también viaja a través de las historias, y en cada una de ellas adopta una nueva forma: una escritora que regresa a la Bulgaria natal de su madre, que, atormentada por la vejez, le pide que visite los lugares a los que ella ya no podrá volver; un trío de ancianas misteriosas que se hospedan durante unos días en un spa especializado en tratamientos de longevidad; y una folclorista que investiga incansable la figura tradicional de la bruja.
Ancianas, esposas, madres, hijas, amantes. Todas ellas confluyen en Baba Yagá. A caballo entre la autobiografía, el ensayo y el relato sobrenatural, su historia se convierte en la de Medusa, Medea y tantas otras figuras malditas, dibujando un tríptico apasionante sobre cómo aparecen y desaparecen las mujeres de la memoria colectiva.
Un magistral cuento de cuentos que, lleno de ingenio y perspicacia, pone en el punto de mira la archiconocida figura de la anciana perversa. Un viaje fascinante en el que Baba Yagá, adoptando numerosos disfraces, nos invita a explorar el mundo de los mitos y a reflexionar sobre la identidad, los estereotipos femeninos y el poder de las fábulas.
342 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2020
Año de publicación
2020
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Opiniones

  • Penélope C.compartió su opiniónhace 3 años
    👍Me gustó
    🎯Justo en el blanco
    🚀Adictivo

    Un tríptico cuyas secciones difieren en tono, personajes y estilo. Va desde la melancolía hasta lo académico. La tercera parte, justamente la académica, puede no encantar porque parece que nos dice cómo leer o interpretar las dos anteriores, pero al final resulta útil por el folclor. Sin embargo, las dos primeras partes, y sobre todo la segunda, son de una maestría narrativa indiscutible, irónica al tiempo que dolorosa.

  • Lucíacompartió su opiniónhace 4 años
    👍Me gustó
    💀Espeluznante
    🔮Profundo
    💡He aprendido mucho
    🎯Justo en el blanco
    🚀Adictivo

    Fantástico libro.

  • Katia Escalantecompartió su opiniónel año pasado
    👍Me gustó
    🔮Profundo
    💡He aprendido mucho
    🎯Justo en el blanco
    🌴Perfecto para la playa

    No has leído nada como esto. «Baba Yagá puso un huevo» actualiza el mito de Baba Yagá y de todas las brujas. Al mismo tiempo, es una historia esperanzadora que habla sobre la vejez como otro nacimiento. Aunque Baba Yagá sea una caricatura de sí misma (como dice la novela), las Baba Yagás actuales se esfuerzan por salir del estereotipo.

Citas

  • Fernandocompartió una citahace 2 años
    Las palabras de los diagnósticos médicos eran largas, amenazadoras y «feas»
  • Añita Piñacompartió una citahace 3 minutos
    La costumbre de pronunciar dos veces la palabra que quería subrayar era nueva, igual que la costumbre de clasificar a las personas en «agradables» y «desagradables». Las agradables eran agradables con ella, por supuesto.
  • Añita Piñacompartió una citahace 8 minutos
    Pero también la lista de sus negativas crecía día tras día: rechazaba vivir con mi hermano y su familia («¿Para qué? ¡Para servirles de chacha y cocinar y fregar para ellos!») o cambiar de piso y trasladarse al barrio donde vivían («¡Entonces tendría que cuidar todos los días de sus hijos!»); rechazaba viajar conmigo mientras todavía podía («¡Yo ya he visto todo eso en la televisión!»); se negaba a viajar sola («¡Qué hago yo sola por ahí, lo que faltaba para que me señalen con el dedo!»); también solía negarse a venir con nosotros a las celebraciones y excursiones familiares («¡Id vosotros, yo ya no tengo fuerzas!»); rehusaba dedicarse seriamente a los nietos («¡Soy una anciana enferma, lo daría todo por ellos, pero me cansan mucho!»); no quería saber nada de clubes de la tercera edad («¡Qué hago yo con esos viejos!»); no quería ni oír hablar del psicólogo («¡A ver si ahora voy a estar loca para que me haga falta un psicólogo!»); tampoco quería tener un pasatiempo («¡Para qué necesito un hobby, eso es consuelo de tontos!»); se negaba a restablecer el contacto perdido con antiguos conocidos («¿Qué hago yo con ellos, sin papá?»), hasta que finalmente se resignó con su situación. Con el paso de los años se recluyó en su casa y redujo sus salidas a paseos por el barrio, al mercado, a la tienda, al médico, a la casa de una amiga para tomar un café. Por último, no daba más que un pequeño paseo diario hasta el café del mercado. El empecinamiento en sus posturas respecto a las cosas pequeñas («¡Es demasiado dulce! ¡Al menos para mí! ¡Yo lo prefiero picante, supongo que porque me educaron así!»), su testarudez («¡Ni loca me pondría unos pañales! ¿Acaso soy una anciana desvalida?»), sus exigencias («¡Hoy hay que lavar las cortinas!»), su contundencia («¡En el hospital todos eran viejos y feos!»), su falta de tacto («¡Querida vecina, este café suyo huele mal!»), todo eso eran señales de una angustia profunda que centelleó en su fuero interno durante años, de la sensación constante de que nadie se fijaba en ella, de que era invisible. Llevó la lucha contra esta invisibilidad lo mejor que pudo, con los medios que tenía a su alcance.

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