Un tío con una bolsa en la cabeza

Pero lo que tengo es la cabeza, así que yo estoy dentro de la bolsa, porque yo soy mi cabeza más que mi pie. Yo soy mi cabeza, yo soy siempre solo lo que está dentro de mi cabeza)

El infierno es la lágrima de un niño haciéndose océano.

Pero ahora soy más memoria que nunca. Y la memoria es también infierno. En ese infierno están todos aquellos a los que un día hice mal o a quienes no supe hacer bien.

El poder no corrompe. Al poder se llega ya corrompido. Corrupto hasta la médula. O desde la médula. Nadie que no sea un miserable moral desea el poder. Yo lo sé porque yo lo soy. Porque he andado siempre entre poderosos y no he conocido a ninguno de quien no se pueda decir exactamente lo mismo.

No hay mayor tirano que un enano con el látigo en la mano.

A lo mejor todo esto que pienso, que creo, que hasta digo, que hasta grito aunque nadie me pueda oír, a lo mejor es el tsunami cerebral ese de los científicos. A lo mejor eso. Explosión de intercambios neuronales. Una puta rave de neuronas. Una orgía de neuronas follando como locas. Dendritas y axones empalmados y cachondos y corriéndose y vibrando a toda hostia. En vez de contar con salvarme ya solo me toca este sucederse de imágenes y recuerdos, este time-lapse del skyline del paisaje de mi vida que lo repasa todo y me cuenta a mí mismo lo que soy, lo que fui, lo que durante tanto tiempo no he querido saber que era.

Eso de empezar a conocerse es empezar a mentir. Porque lo que haces es enseñar la mejor versión de ti mismo. Una que no eres tú. O sí eres tú, pero poquito.

Tano tendría que haber supuesto que yo no me iba a quedar quieto dejándome dar por culo sin que al menos me pusieran primero un vestido, me pintaran los labios y me invitaran a cenar, que yo no soy camarón que se duerme, que soy de los que saben bregar con estas situaciones.

Huele siempre a la colonia que le ponen, esa colonia de nenes. Si no, olería mal. A meados. A viejo. Se perfuma a los viejos como se perfuman las bolsas de basura. Porque todos los viejos huelen a muerte anunciada. Todos vamos a oler así.

No ostentes, te decía el Viejo. No seas ostentoso: la gente no te perdona el éxito. Te puede perdonar un fallo, una tara, un error y hasta un fracaso.