Un mundo por hacer

Susana crece en el pueblo de Medina de Rioseco junto a sus padres: un padre al que adora y una madre fría algo distante que no comprende que su hija quiera ir a la Universidad cuando lo hace, ni el rumbo que toma su vida cuando la abandona. Desde pequeñita, Susana se interesa por la filosofía y también por la espiritualidad. Hasta el día que falleció, su padre la inició dejándola leer Siddharta, de Herman Hesse, momento en el que su vida cambió, y también enseñándola a ser una persona crítica con lo establecido. Una vez en la Universidad, encuentra un nuevo tutor que le enseña algo más, su profesor de Antropología, Tomás Escull. Las lecturas que le sugiere acaban haciéndola abandonar la Universidad y seguir otro camino diferente. Decide que quiere marcharse a Asia, a encontrarse a sí misma, y acaba en una ONG que está planeando un viaje a Vietnam. Cuando fallece su madre, acude al pueblo para el funeral, y a la vuelta en autobús a Madrid, conoce a un hombre francés que intenta seducirla. Susana le da un nombre falso (Natalia) porque pone en práctica una de sus técnicas para deshacerse de las ataduras propias, y se presenta como Natalia. Aquel hombre se llama Amédée y le cuenta su historia: abandonó su carrera en los negocios para ir a hacer el Camino de Santiago después de que su abuela se lo pidiera en su lecho de muerte. Susana siente curiosidad y acaba dándole la tarjeta de la ONG, para seguir con el papel que está interpretando. Amédée acude a verla en varias ocasiones y demuestra su interés en ella, pero Susana no le da tregua. Un día, al lado de la ONG, se tropieza con un músico que la deja hipnotizada: entre ellos surge una conexión tan profunda que le asusta. Así que se aleja de él. Sin embargo, llega el día en que el músico está cantando una canción que le dedica a ella, y ella, que huye del amor, acaba despidiéndose de él para siempre.