Habían acordado que, para que a Violeta no la traicionara su sordera. Pablo le haría una seña cuando fuese preciso que ella respondiera «sí, quiero».
Pero la anciana se dejó llevar por la impaciencia y, sin tener en cuenta el guiño del chiquillo, dijo cinco veces: «¡Sí, quiero!», y todas cuando evidentemente no tocaba.