Mary Shelley

El Último Hombre

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    Así, recorriendo las costas de la tierra desierta, mientras el sol esté en lo alto y la luna crezca o mengüe, los ángeles, espíritus de los muertos, y el ojo siempre abierto del Altísimo, observarán la diminuta barca que lleva a bordo a Verney, el último hombre.
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    DEDICATORIA

    A LOS ILUSTRES MUERTOS.

    SOMBRAS, ¡DESPERTAD Y LEED SOBRE VUESTRA CAÍDA!

    CONTEMPLAD LA HISTORIA

    DEL ÚLTIMO HOMBRE
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    Estaba solo en el Foro, solo en Roma, solo en el Mundo.
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    Estoy solo en el mundo, pero esta expresión está menos preñada de miseria que esta otra: Adrian y Clara están muertos.
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    Es imposible que no haya de contemplar nunca más a otro ser humano. ¡Nunca! ¡Nunca! Por más años que transcurran. ¿Despertaré y no hablaré con nadie? ¿Pasarán interminables las horas y mi alma aislada en el mundo será un punto solitario rodeado de vacío?
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    Ahora despertaba por vez primera al mundo muerto —despertaba solo— y el lamento fúnebre del mar, oído entre la lluvia, me recordaba la ruina en que me había convertido.
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    Todavía no sentía en todos mis latidos, en todos mis nervios, en todos mis pensamientos, que era el único superviviente de mi raza, que era el último hombre.
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    Cuando el poderoso astro se hallaba a escasos grados del horizonte enturbiado por una tormenta, súbitamente, ¡oh, maravilla!, otros tres soles, brillantes y ardientes por igual, surgieron de varios cuadrantes del cielo hacia el gran orbe, arremolinándose en su derredor.
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    ¿Debe el hombre ser enemigo del hombre, mientras la peste, enemiga de todos nosotros, dominándonos, se impone a nuestra carnicería, pues es más cruel que ella?
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    El ciervo, ignorante de todo, reposaba a salvo sobre los helechos. Los bueyes y los caballos escapaban de los establos abandonados y pacían en los campos de trigo, pues solo sobre los hombres se abatía la muerte.
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