Tardé un montón en trepar hasta allí y colarme por el marco de la ventana; estuve a punto de caerme. Quise gritar para pedir ayuda, pero no podía mover la boca ni respirar, y todo mi ser empezó a quedarse sin fuerzas, apagándose como si alguien me estuviera bajando poco a poco el volumen. Supe que me estaba muriendo, que eso era lo que se sentía al morir, y lo peor de todo era que esa sensación tan horrenda, espantosa, iba a durar para siempre. No iba a terminar de apagarme por completo jamás, por lo que aquella sensación se prolongaría toda la eternidad.