día, al salir del museo para volver a la oficina, entendió que solo había una cosa que la ataba: su querido perro Rusty. Ni Brian ni tan siquiera su familia, sino aquel viejo labrador. El animal no vivía en Londres con ella, seguía en The Birches, pero Jane lo visitaba cada fin de semana y, lo más importante, sabía que nunca sería capaz de abandonarlo. Pero entonces Rusty murió.