Gusmán Luis

La ficción calculada 2

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Como lo confirman estos ensayos, Luis Gusmán es un lector respetuoso pero encarnizado. No es de abalanzarse, pero la relación que establece con lo que lee es cien por ciento física, tanto o más que la que hizo célebre a David Viñas (homenajeado más de una vez a lo largo del libro). Aborda los textos despacio, los tantea para reconocerlos, los sigue de cerca y de pronto, cuando menos lo esperamos, les muerde los talones, como si el close reading del experto en retórica fuera la versión sublimada de un cuerpo a cuerpo más bien sucio y apasionado, y la paciencia del buen escuchar un método astuto para cansar al sentido, y así hacerlo sonar y reverberar mejor. Una vez más, Gusmán se mide con sus clásicos: los grandes modernos (Joyce, Gombrowicz, Kafka, escritores ya definitivamente gusmanianos), en los que desmenuza la singularidad de una ética que no se distingue de cierta política de la lengua, y una tradición nacional idiosincrática, a la vez insistente y salvaje, que articula a Sarmiento, Amalia, la memoria sospechosa del general Mansilla, el exotismo de Arlt, el Borges prologuista y el Puig de El beso de la mujer araña, gracias a la noción de “ficción calculada”, un hallazgo que solo alguien “tan en la suya” como Gusmán podía exhumar en una novela tan inerte como la de Mármol. ¿Y qué busca ahí sino conversaciones poco evidentes, irregularidades, eso que él mismo llama “filtraciones”? A Gusmán —como a todo escritor que escribe ensayos sobre escritores— le interesan los planes, los programas, todas esas prospecciones ilusionadas con dotar a la literatura de algún porvenir, pero más que nada le interesa todo lo que las hace fracasar, los agujeros por los que hacen agua, el azar o la contingencia que las vuelve ridículas y gloriosas, delirantes y significativas. Es entonces, al rastrear los ecos de esas estrategias fallidas, cuando Gusmán el literal se convierte en Gusmán el lateral, y todo lo que toca (todo lo que lee) se mueve y se enrarece, como si se transformara ante nuestros ojos, en vivo, en otra cosa. Alan Pauls La crítica de la crítica literaria no impugna, pero ve con escasa simpatía el elogio directo, acaso porque lo juzga tautológico o ancilar de otras actividades y funciones; acaso porque el fantasma de la “objetividad” adivina otra concurrencia; acaso, inútilmente, porque ha impuesto ya el filtro de la incredulidad, la válvula velar del escepticismo. Es necesaria una estrategia menos virtuosa que obtusa para vulnerar ese mandato tácito o sus tentaciones alternativas y seguir adelante. Barthes, estratega eximio, buscó a veces la delicadeza del paralelismo improbable, que equipara silencios acústicos inteligentes (Richter) a blancos activos en la página (Benveniste); Feiling, que se decía sordo, ciertos pudores de Watteau a los laconismos de Julio Casares. Al revés de ellos, sin asistencia de gracia alguna, arriesgo que algunos atisbos de Gusmán, abismales, se parecen a Gourmelin. La ficción calculada II determina el curso del esplendor y la opacidad de los signos en el ciclo oscilante de una ampliación expansiva del trabajo crítico, que nada tiene de revisión. Un certamen extremo y certero, que corresponde a las lecturas y sus grados de acercamiento, señala la perseverancia del autor en la literatura argentina —Viñas, Borges, Arlt— y cierta impaciencia en las extranjeras —Kafka, Joyce, Gombrowicz—leídas con no menor sentido de la posesión. Detecta, exige o solicita zonas de fruición, de sospecha o de influencia, franjas fijas o desceñidas y fluctuantes, exámenes asimilados con una voz única que transforma el acopio atento en una singular, exclusiva diseminación y catadura. Luis Chitarroni
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196 páginas impresas
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