Perder el amor es también perderse a uno mismo. La personalidad se esfuma. No nos quedan ni las ganas, no contemplamos ya siquiera lo de tener una personalidad. Ya no somos, en sentido estricto, más que sufrimiento.
Lo mismo es, con diferentes modalidades, perder el mundo.
El vínculo se rompe de inmediato, desde el primer segundo. El universo nos es, al principio, extraño. Luego, poco a poco, se vuelve hostil. También él es sufrimiento. No hay más que sufrimiento.