Pero soy mujer, y Dios, el Diablo, el Destino, o quien fuera, me ha desollado, me ha despojado del grueso pellejo exterior y me ha arrojado en plena vida: he quedado como un ser solitario, maldito y lleno de la sangre roja rojísima de la ambición y el deseo, aunque temeroso de que lo toquen, pues ya no hay pellejo grueso entre mi carne sensible y los dedos del mundo.