Manual de pintura y caligrafía

Es un retrato al que de vez en cuando echo una mirada (lo tengo colgado en el estudio) lleno de curiosidad, como si mirara a un extraño:

no me reconozco nunca en aquel momento, en aquel dorso un poco curvado, en aquellas orejas un poco despegadas o que así aparecen en la foto. ¿Quién soy yo-aquél?

Hubo sin duda terroríficos ahogos en mi infancia,

figuras monstruosas o sólo negras (blancas, diría un negro) sentadas en mi corazón,

Hay temor cuando se entra, alivio cuando se sale.

Hay temor cuando se entra, alivio cuando se sale

Me estaba garantizada la paz, lo demás que viniera sólo podría ser más paz o, quién sabe, el estremecimiento de la gran obra.

¿Qué es lo que quiero? Primero, no ser derrotado. Después, si es posible, vencer.

Pero el juego se complicó, y ahora soy un pintor que falló dos veces, que persevera en el error porque no puede salir de él e intenta el camino desviado

bastó la primera mirada, y dije: «¿Quién es este hombre?». Ésta es precisamente la pregunta que ningún pintor debe hacerse a sí mismo, y yo la hice. Tan arriesgado es hacerla como decirle al psicoanalista que lleve un poco más allá, sólo un poco, su interés por el enfermo: pueden darse todos los pasos hasta el borde del

precipicio, pero a partir de ahí la caída será inevitable, desamparada, mortal.

Toda la pintura se debe hacer desde el lado de acá, y creo que también el psicoanálisis.

Me divierto pensando que cultivo un aire muerto

oigo cierto murmullo en mi interior insistiendo en que nada de lo que estoy haciendo es pintura. Cuando cambio el pincel y doy los dos pasos hacia atrás que me permiten encuadrar mejor y clarificar el embrollo que siempre es un rostro «para retrato», respondo callado: «Lo sé» y sigo reconstruyendo un azul necesario, una tierra cualquiera, un blanco que hará las veces de la luz que nunca podré captar.

Hago todo esto sin alegría