Lolita

Nos queríamos con amor prematuro, caracterizado por esa violencia que tan a menudo destruye vidas adultas

una tierna niña que aún llevaba caracoles en el pelo
que aún comía palomitas en la penumbra coloreada
donde indios atezados se cargaban a colonos y soldados
porque se la robaste
a su noble protector de céreo rostro
y escupiste en sus ojos dormidos cerrados por pesados párpados y desgarraste su leonada toga y al alba
lo dejaste revolcándose como un cerdo en su nueva desgracia
horriblemente perdidos el amor y las violetas
lleno de remordimientos y desesperación mientra que tú
hacías trizas a una muñeca carente de sentimientos
y tirabas a un lado su cabeza
por todo lo que hiciste
por todo lo que no hice
mereces la muerte

–Lolita –dije–, esto quizás no tenga pies ni cabeza, pero debo decírtelo. La vida es muy corta. De aquí a ese viejo automóvil que conoces tan bien hay sólo un trecho de veinte, veinticinco pasos. Es un trecho muy corto. Da esos veinticinco pasos. Ahora. Ahora mismo. Vente así, como estás. Y viviremos felices el resto de nuestras vidas.

La miré y la remiré, y comprendí, con tanta certeza como que me he de morir, que la quería más que a nada en este mundo.

Pueden confiar en que la prosa de los asesinos sea siempre elegante.

–No me refería a ella. ¿Quién es el autor de esa obra?

–Ah, sí, desde luego. Una vieja. Clare Nosecuántos. Había un montón de gente allí.

era perfectamente capaz de tener relaciones sexuales con Eva, pero suspiraba por Lilith.[3]

Antes de conocernos ya habíamos tenido los mismos sueños.

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía

¡Qué rara es la vida! La suerte nos abandona cuando más propicia deseamos que nos sea.