La ternura

Le gustaría hacer entender a los adultos que la rodean que le cuesta mantener el interés por los demás jóvenes, que tanto aquí como en la ciudad no se siente apta para el momento vital que le toca y que se siente irremediablemente atraída por la acumulación de experiencias de los otros; cuantas más experiencias, cuanto más lejanas e inverosímiles, mejor

Marco la mira y Naima sabe que está pensando en cómo ella se acuerda de las cosas que él dice, cómo atesora la información, la guarda y la cuida como si toda fuera relevante. Sabe también que no hace eso con otras personas y que a veces él no puede corresponderla con la misma atención, porque su cabeza y, sobre todo, sus afectos están mucho más divididos.

Se besan un rato. Naima piensa, como tantas otras veces, que el beso no está mal, que provoca un cosquilleo que le baja hasta el vientre, pero que podría hacer cosas tan mundanas como hacer la lista de la compra, o enumerar las provincias mientras el joven le muerde los labios y le acaricia, primero el cuello, luego la clavícula. Podría, piensa, y por un instante imagina un papelito con alimentos apuntados

Seguimos cavando puertas el uno en el otro —habían leído una vez en un libro que había llevado Marco a la oficina—, no sé qué haremos cuando las hayamos cruzado todas».

Elisa sonríe. Asiente a su vez y ella sí se frota los brazos, Naima le ve la piel de gallina. Es bonita, piensa, incluso así, escarpada por el frío.

Se deshace el moño antes de que él llegue, un acto reflejo que apenas contempla como dañino, aunque sabe que lleva meses conviviendo con la mirada de Marco incluso cuando él no está presente, como si la tuviese inscrita en algún lugar recóndito del cráneo y la obligase a comportarse de ciertas maneras

le molesta porque sabe que ella se retira a tiempo cuando nota algún atisbo de incomodidad. Siempre se les ha dado bien ese baile particular de silencios y escuchas, es quizás la huella más evidente del afecto que se tienen.

Piensa un momento que no se ha afeitado desde que llegó, que sabe que a Naima le gusta más así; que le gustan las caras con barba, no solo la suya, todas.

Acerca sus labios al oído de Naima y esta puede anticipar casi con exactitud las palabras que va a oír: dar un paseo, tomar el aire, te enseño una cosa, te acompaño a casa o cualquiera de los demás eufemismos que Naima sabe que la devolverán en unos minutos al portal de la noche anterior o a cualquier otra esquina en la que Davide volverá a besarla y a intentar meterle la mano debajo del vestido

Naima siente que su atención está fragmentada; piensa en la chica, aunque por nada del mundo se movería del banco en el que está sentada con Marco